- Te deseo lo mejor
-Entonces quédate conmigo

miércoles, 11 de febrero de 2015

❥ Consejo de supervivencia.




Eh, déjame darte un consejo.
Un consejo de supervivencia:
No necesites a nadie.
Pero quiere.
Quiere mucho.
Quiere.
Por encima de todas tus posibilidades. 

Había una vez una niña que era muy feliz... y entonces creció.

Ella tenía como arma una enorme sonrisa que le cruzaba toda la cara, unos ojos brillantes que acostumbraban a gritarle al mundo que jamás nadie podría hacerla llorar y una mirada que dejaba claro que nunca nadie iba a ser capaz de hacerle daño.

Con el tiempo su sonrisa se hizo cada vez más débil a medida que el peso de los años y las decepciones hacía presión sobre unos hombros todavía demasiado pequeños, sus ojos acabaron por cambiar aquel brillo que levantaba ilusiones por el de las lágrimas que iban acumulándose cada noche en sus mejillas, su mirada se hizo débil y ya no era capaz de enfrentarse cara a cara con nadie por miedo a otro balazo de decepción contra el pecho. 

Le hicieron daño. 
Mucho daño. 
Y solo era una niña.

Siguió creciendo y adoptó por ley no dejar nunca que la vieran gritar, por costumbre secarse los ojos antes de cerrar la puerta de su cuarto y por norma no permitir que ningún desalmado, jamás, le volviera a romper el corazón.

Se cerró como se cierran las ventanas de una casa vieja cuando se acerca la tormenta, con tablas de madera ya podridas y clavos oxidados hundidos bien profundo. Replegándose poco a poco sobre si misma y susurrándose palabras bonitas porque creía que nadie más podría dedicárselas mientras dormía.

Juró nunca volver a confiar en nadie.
Juró no seguir teniendo miedo a equivocarse.
Juró...

Y jurando se olvidó de que a veces las promesas se rompen aunque queramos salvarlas, y salvando promesas acabaron salvándola también a ella y a esa pobre alma que ya se creía perdida.

Conoció a alguien que la hizo reír y descubrió que el valor de una carcajada era mayor de lo que hasta entonces había querido confesar, y que las lágrimas no siempre tenían que ir abrazadas al dolor como filos de cuchillas enfermizas.

Se topó con quien la antepuso a ella antes que al mundo, antes que a la vida, antes que a absolutamente todo porque todo, palabra inmensa y grande, se reducía a la satisfacción de una sonrisa de aquella muchacha que hasta entonces había pasado desapercibida.

Y es que sabía sacarle el calor de las costillas que hacía ya muchos años que habían estado congeladas. Revivió mariposas muertas y atrajo el sonido de risas que ambos encontraron escondidas entre los huecos de sus labios y los pliegues de aquellos hoyuelos que solían saludar cuando sonreía. Le enseñó que dos almas rotas pueden arreglarse con los trozos que sobran una de la otra, y que el hielo se derrite si sabes dónde poner bien el mechero. Le susurró secretos a voces gritándole a la nada que ella era lo único por lo que perdería su vida.

Y acabaron hablando de amor, pero siempre a escondidas.

Y es que quiere.
Quiere aunque no te quede nada
porque querer...
querer es lo único que al final 
va a salvarte la vida.