- Te deseo lo mejor
-Entonces quédate conmigo

lunes, 1 de diciembre de 2014

❥ Grandes, gigantes, prometedores... nada.




Mira, vamos a plantearlo de esta manera; 
No eras tú, eran tus ojos café.
Eramos la noche y el día, pero qué noche la de aquél día.

Y tú solías preguntarme por qué escribía sobre ti con tanta melancolía, como si con cada palabra soltara una lágrima y detrás de cada punto se escondiera un grito. Y yo te decía que tal vez fuera verdad, porque no podía ni quería negarlo, a sabiendas de que mi insomnio y mis noches en vela tenían exactamente tu nombre y apellidos.

Era cierto, te echaba de menos como se echa de menos el calor en invierno y la lluvia en primavera, como se extraña aquel olor a chocolate que derrite paladares y el sonido de los susurros que tanto te gustaban. Te necesitaba como quien necesita la música para no volverse loco o el calor de otra persona para que le recuerde que no está solo. Te quería como aquellos que por querer quieren hasta a quienes le hacen daño, y es que incluso por buscarte te buscaba entre mis sábanas, entre los huecos de aquel sofá en el que tantas tardes de domingo habíamos pasado, te buscaba también entre las sombras que mi cuerpo dejaba detrás de mi cuando andaba pisando baldosas en calles desconocidas, gritando en silencio a alguien que te encontrara.

Eras ese instante de angustia antes de caer en picado desde la atracción mas alta del parque, la sensación de libertad al ver el mar por primera vez y el sentimiento de felicidad cuando sales y la lluvia de verano te da en la cara, pero cierto es también que nunca escribí para pedirte que volvieras, sino para poder dejarte ir y sentir que se me rompía un poco menos el pecho. Y es que qué jodidamente difícil era eso de intentar olvidarte cuando habías sido tú quien más recuerdos me había dado.

Eras el despertarse tarde los fines de semana. 
Eras mi canción favorita sonando en la radio. 
Eras un abrazo inesperado de la persona indicada. 
Eras catorce de febrero y veinticinco de diciembre.
Eras los colores del arco iris reflejados en los charcos de calles vacías.
Eras ese frío que se quita con el contacto de piel con piel.
Eras sonrisas.
Eras las notas altas de la melodía que creció conmigo. 

Y juro y sacrifico mi alma para alegar que eras el amor de mi vida en el momento y lugar menos indicado. Tal vez te conocí demasiado pronto o tal vez tú me encontraste demasiado tarde, demasiado lejos, demasiado rota... demasiado congelada. Demasiado. Y dolía... porque nos costó tanto coincidir y tú nos dejaste ir de una manera tan sencilla...

Eras primavera y sus flores.
Eras verano y el calor de sus playas.
Eras otoño y las hojas secas rozando suavemente el suelo.
Eras invierno y la nieve blanca reflejando la luz de tus ojos sobre nosotros. 
Eras...
Eras todos y absolutamente cada momento preferido de las estaciones. 
Tú eras mis estaciones. 

Soñaba contigo y con la capacidad de poder darte una cosa en la vida; Que pudieras verte a ti mismo a través de mis ojos, porque entonces te darías cuenta de lo jodidamente especial que eras, que eramos, que podríamos haber seguido siendo. Pero te fuiste, porque tenías los ojos cerrados, el alma oscura y el corazón a la deriva... sin mi.

Ya me lo dijeron; Iba a dedicar tantos insomnios a alguien que no iba a venir que cuando llegara quien de verdad iba a quedarse yo ya me habría quedado dormida. Y mientras esperaba sentada en aquella cama fría cruzada de brazos y escuchando cómo la soledad me calaba los huesos, me dediqué a leer libros de amor para fingir que aquellas historias eran mías, compartiendo palabras y discutiendo con aquellas grandes mentes del pasado.

Y es que pasó Cupido y me ofreció su arco con la esperanza de que yo, aquella solitaria y débil alma oscura, lo reemplazara. Pero ni siquiera supe tenderle la mano porque ya estaba pensando en cómo no te encontraría y en cuánto iba a doler no ser capaz de verte la cara una vez más.

Ya no recuerdo en qué desilusión me dejaste de importar, pero lo hiciste, y ambos acabamos llorando. Ya no importa porque nunca importé, eso es algo que ahora, después de noches, días y largas esperas y agujas de relojes corridas... he conseguido asumir.

Fuimos eso que no se cuenta, ni se admite... pero que tampoco nunca se olvida.


Era la historia de siempre; 
Grandes, 
gigantes, 
prometedores...
nada. 
Porque entonces él empezó a ignorarla y ella... 
ella empezó a olvidarlo.