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domingo, 5 de octubre de 2014

❥ Pequeñas sonrisas y grandes armaduras.



Ella solía ser de esas chicas a las que le gustaba más el silencio que las palabras siempre y cuando no salieran de una canción. Entonces eran siempre bienvenidas. Además también era de aquellas que podían decir más con una mirada directa a los ojos que con mil explicaciones que al final nadie iba a acabar escuchando o simplemente olvidarían, como solían olvidarla también a ella.

Aquella chica había aprendido a llevar siempre consigo una armadura que nadie podía ver pero que era fácil sentir porque si intentabas tocarla te chocabas de lleno contra un muro. La llevaba como una protección contra la vida y todas las decepciones que habían lanzado contra ella con el tiempo, Ya desgastada y un poco vieja aquella armadura se había convertido en su mejor amiga, la que evitaba que le llegaran las risas, las miradas o los dedos que la señalaban desde la distancia. Siempre pensó que aquella armadura era sinónimo de fortaleza, pero una vez más con el tiempo fue consciente de que no era sino una cruz de debilidad que arrastraba con todo el peso de su alma.

Nunca fue de las que hablaban en voz alta a no ser que le preguntaran ni tampoco de las que sonreían mucho, ni poco en realidad. Nada sería la palabra correcta. Y es que para ella las sonrisas no se contaban como sonrisas si no salían del pecho. Estirar los labios y enseñar los dientes sin que el sentimiento llegara a los ojos nunca fue para ella digno de una definición válida como esa.

Añadiremos también que aquella pequeña e idiota incomprendida estuvo toda su vida tan acostumbrada a ser tratada de mala manera que cuando alguien intentaba acercarse para darle cariño o mostrarle respeto se alejaba. Se alejaba porque no aceptaba el hecho de que alguien pudiera querer sacarle una sonrisa. Una sonrisa de las de definición.

Sin embargo un día alguien llegó y empezó a amar sus inseguridades, y aquellos miedos que parecían crecer cada noche quedaron reducidos a pequeñas sombras en las llamas de una vela. Los fantasmas de su pecho dejaron de hacer ruido y las sonrisas llegaban a sus ojos de una manera que la asustaba, porque aquellos ojos grandes y tristes que nunca se habían iluminado ahora reflejaban una luz digna de los destellos de la luna llena. Alguien la quiso y entonces... ella también se quiso. Se quitó la armadura y la cambió por un montón de canciones que de repente ya no la hacían querer estar en silencio. Ahora ella quería vivir.
Vivir.
Pero siempre con él.
Porque en aquella ecuación seguía habiendo una armadura, pero esta vez... esta vez era él quien la llevaba, y la llevaba para luchar contra todo por ella.
Siempre por ella.


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